martes, 1 de septiembre de 2015

2 septiembre 2015


Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría.

Estate, Señor, conmigo 
siempre, sin jamás partirte, 
y, cuando decidas irte, 
llévame, Señor, contigo; 

porque el pensar que te irás 
me causa un terrible miedo 
de si yo sin ti me quedo, 
de si tú sin mí te vas. 

Llévame en tu compañía, 
donde tú vayas, Jesús, 
porque bien sé que eres tú 
la vida del alma mía; 

si tú vida no me das, 
yo sé que vivir no puedo, 
ni si yo sin ti me quedo, 
ni si tú sin mí te vas. 

Por eso, más que a la muerte, 
temo, Señor, tu partida 
y quiero perder la vida 
mil veces más que perderte; 

pues la inmortal que tú das 
sé que alcanzarla no puedo 
cuando yo sin ti me quedo, 
cuando tú sin mí te vas. Amén. 

No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, 
porque el Señor es un Dios que sabe; él es quien pesa las acciones. 

El Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados. 

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

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